El porvenir de la juventud venezolana
La venezolanidad como rango histórico de calidad irrenunciable.

«Ser venezolano no es ser alegres vendedores de hierro y de petróleo. Ser venezolano implica un rango histórico de calidad irrenunciable».
—Mario Briceño-Iragorry1
Incertidumbre, decadencia y desidia han sido los signos de nuestro tiempo. Venezuela ha emprendido un camino de «descivilización», producto del mal gobierno y la corrosión de los fundamentos, principios y valores naturales de los pueblos. Hoy caemos lenta y dolorosamente por el desfiladero de los tiempos: por el que caen las culturas, las naciones y las civilizaciones. Venezuela, que voló tan alto como Ícaro, y vio las mieles del desarrollo, de la riqueza y la industria, perdió sus alas y en el proceso, se perdió a sí misma. El venezolano se forjó, como otros pueblos, en los excesos de la guerra, en una gesta fratricida que, pese a la barbarie, inició el camino de la emancipación y la madurez.
Todos los pueblos han de luchar, desgastarse y abrirse paso en un mundo como el nuestro, teológicamente sombrío, en el libre albedrío de las naciones2 y en el salvajismo del estado de la naturaleza3. Venezuela logró su misión histórica: el paso de la infancia a la adultez nacional. Y en este tortuoso camino, hemos adquirido tantos bienes que han hecho de Venezuela históricamente un pueblo próspero, abundante y dotado. Al mismo tiempo, entre tanta prosperidad, nos hemos agotado; nos hemos vuelto un pueblo envejecido, que si bien fue enérgico y vigoroso, hoy es tan sólo la sombra de tiempos mejores.
Ahora bien, hay que insistir en que no se trata de regresar a los «tiempos mejores», sino en construir o si acaso reconstruir los nuevos tiempos. Es la explotación del recuerdo, del hecho vivido, para lograr así los fines prolépticos4. Es la misión que debe trazarse el venezolano del presente: vencer el envejecimiento, el anquilosamiento. Porque las naciones, a diferencia de los individuos, pueden regenerarse y alterar sus ciclos biológicos, que en otros términos, vienen a ser ciclos políticos. Quizás haya que vagar día y noche, sin cesar, para recoger las ramas del árbol patrio venezolano, que hay que purificar y honrar. Podríamos recordar un viejo villancico anglosajón5, perfectamente relegable a nuestro destino:
Hemos estado vagando toda la noche y parte del día, y ahora volvemos trayendo nuestras guirnaldas con alegría.
Le traemos una guirnalda alegre y ante su puerta ya estamos; es un brote bien florido, del Señor, obra de sus manos.
El país será de los jóvenes, como lo demuestra la inacción y el fracaso de los ancianos. La destrucción de las élites, la ausencia de aristocracias y el apogeo de las oligarquías sólo son signo de la renovación del porvenir, de que la antorcha será para los enérgicos y los laboriosos. El joven no deshonra ni a Dios, ni a sus padres, por atarse a los destinos de la patria y querer, en su amor a la jerarquía, conducir la política y el pensamiento con el timón tricolor. Al contrario, el joven sale de la crisálida y asume la misión histórica —y biológica— de la madurez. Habrá ancianos que no puedan con la tarea histórica, porque ya habrán asumido una previamente. Otros, en su soberbia, se negarán al relevo a través de los inexpertos, precoces e imberbes jóvenes, por mencionar algunos de los descalificativos comúnmente utilizados.
El joven será viejo y si logra adaptarse a las circunstancias históricas, podrá relevar a la nueva juventud. Pero para ello cada juventud tiene que ejecutar su propio proyecto de transformación nacional, cumplir las prédicas y actuar, porque la solución es actuar y no sólo pensar, no es cosa de relegarse a los libros, los poemas y las epopeyas homéricas. Se trata de crear la epopeya homérica. Los que gritaron «no» a la ocupación francesa fueron jóvenes, los que creyeron en que Venezuela tenía que seguir su propio rumbo fueron jóvenes y los que, en su ferviente lealtad monárquica, defendieron el proyecto opuesto eran, pues, jóvenes. La juventud es combativa y vigorosa. Y puede ser sabia, si los tiempos lo exigen.
La barbarie venezolana ha dado como resultado bárbaros de un color y otro, de una bandera y otra. Al ser la barbarie incapaz de crear, como ya nos recordaría Hilaire Belloc6, quedamos como espectadores de una subversión de todo lo que es nuestro, de todo lo que es bello y sagrado. Así, toda la barbarie que sufre nuestro país, todo el aquelarre en que se ha convertido, es una falsificación de Venezuela. Es una guerra contra la nación, un antivenezolanismo. La juventud, en su espontaneidad y genio, es creativa y creadora. Porque si el mal no puede crear7, queda en nosotros el pincel que nos permitirá bosquejar, crear, una nueva obra. Pero una obra que restaure lo mejor, lo bello y lo puro del acontecer histórico venezolano.
Profesamos el amor a Dios, así como el amor a la patria y a los padres; que vienen a ser los elementos que nos sirven de brújula para el camino que nos queda recorrer. La labor de crear un porvenir es un acto de amor, un acto de caridad a la patria. Y serán recompensados con los frutos patrios aquellos que inicien el trayecto de la renovación moral de la patria. Ser venezolano, trasladando a nuestro contexto aquello que dijo Maurras sobre las repúblicas como uniones de cuerpos, es el conglomerado de nuestras tradiciones, de nuestros logros y hazañas.
Un hombre habituado a reflexionar con rigor y que hace la cuenta de todo lo que es diferente de sí queda aterrorizado de la exigüidad y de la miseria de su pequeño dominio estrictamente propio y personal. Nosotros somos nuestros antepasados, nuestros maestros, nuestros mayores. Somos nuestros libros, nuestros cuadros, nuestras estatuas; somos nuestros paisajes, somos nuestros viajes, somos (acabo por lo más ajeno y desconocido), nosotros somos la infinita república de nuestros cuerpos, el que toma prestado del exterior casi todo lo que es, para destilarlo en alambiques cuya dirección y sentimiento mismos nos escapan por completo8.
Corresponde a la juventud viajar, hacer diáspora, quizás atarse a la tierra, escribir libros, ir contramarea, abrir debates, iniciar revueltas contra la mediocridad y el nihilismo, envolverse en los símbolos patrios, alzar la bandera contra los profanadores del suelo patrio, entregarse al Altísimo y, si así lo exige la patria, proclamar cruzada contra sus enemigos. Si la juventud no es movimiento, pues le tocará hacerse movimiento. Si la juventud es heterogénea, tendrá que hacerse homogénea. Si la juventud es heterodoxa, tendrá que hacerse ortodoxa. Y si no cree, tendrá que creer. Un esoterismo patrio, intelectual, moral, llama a las juventudes a organizarse en la primera gran llamada regeneradora de su tiempo. Podríamos ser la primera juventud reaccionaria. O mejor aún, la primera juventud realmente venezolanista. La necesidad de iniciación lleva, en consecuencia, a aquello que elocuentemente había dicho el cardenal Newman:
Aunque sea imposible prescindir del lenguaje, no es necesario emplearlo más que en la medida en que es indispensable, y la única cosa importante es estimular, entre aquellos a quienes va dirigido, un modo de pensamiento, de ideas, semejantes a las nuestras que las arrastrará por su propio movimiento más bien que por una coerción silogística. De ello resulta que toda escuela intelectual poseerá algún carácter esotérico, ya que se trata de una reunión de cerebros pensantes; el espacio que los reúne es la unidad de pensamiento; las palabras que utilizan se convierten en una especie de Tessera: que no expresa el pensamiento, sino que lo simboliza9.
Seamos, pues, ejemplares y laboriosos. Hagámonos caballeros, ya que una nación de libres, de aristócratas e intelectuales, exige de estatura. Y para adquirir estatura, hay que abandonar los harapos. Seamos la vanguardia de pensamiento y acción; seamos la punta de lanza para reconstruir nuestra patria, purifiquemos el tepuy. Hagamos de Venezuela un Edén. Cultivemos hombre abnegados, amantes de la diosa Venezuela10. Dejemos de lado la pompa de otros tiempos, olvidemos la memoria de aquella Sodoma democrática y edifiquemos, sin importar los medios, una república a la altura de nuestro gentilicio. Seamos libres, sí, pero desprendidos, de modo que la única atadura sea el amor que nos produce Venezuela. Seamos constructores de la nacionalidad, alcemos escuelas de patriotismo como ya había sugerido Juan Vázquez de Mella y Fanjul.
Dad el ejemplo, haced de cada hogar una escuela de patriotismo, sin que os importe el tener o no fortuna; tenéis el patrimonio espiritual, ése basta: porque no importa nada que los caballeros sean mendigos, con tal que los mendigos sean caballeros11.
La quintaesencia del cambio, de la transformación, es la juventud. Vale la pena recordar un pasaje de Burckhardt al respecto: «Como ocurre con los grandes bosques, que sólo crecen una vez y cuando se talan no vuelven a brotar, los hombres y los pueblos sólo pueden poseer o adquirir ciertas cosas en su juventud o nunca»12. Sólo hay una oportunidad para recuperar una patria secuestrada por la barbarie y es ahora o nunca. El conformismo no forma parte de nuestro vocabulario. En nuestro discurso sólo puede haber acción. Tenemos que mirar a la Venezuela que queremos, porque es la Venezuela que van a heredar los nuestros.
Un día la juventud será otra y aquella juventud, quiera Dios, tendrá que ser capaz de dirigir los destinos de la patria. Los bárbaros pondrán obstáculos en el camino, incluso harán todo lo posible para que nuestra empresa perezca. Y no solo los bárbaros, también aquellos que digan oponerse a los bárbaros y que, ocasionalmente, vayan a caminar con nosotros. Aunque nuestro propósito sea total y colectivo, debe quedarnos claros que nos lo impedirán. Pero los jóvenes, la juventud restauradora, nos haremos una cortina impenetrable. Nuestra patria será liberada.
Nos desafían, nos subestiman y se burlan de nosotros, como queriendo contagiarnos su conformismo. Otros nos persiguen y nos atacan, escudándose en las más viles y bajas prácticas. Nuestro camino, sin embargo, es de lucha. Militia est vita hominis super terram. El acto de creer, incluso, es conflicto. Sobre el cristianismo, recordaba el padre Castellani que «es una religión de conflicto. Todos tenemos un conflicto con Cristo, porque todos somos pecadores»13. Construyamos la Venezuela que queremos, tomemos la antorcha, transmitamos las cenizas y procuremos, ante todas las cosas, volvernos grandes venezolanos. Asumamos la tarea arquitectónica que nuestro tiempo exige.
Mario Briceño-Iragorry, Introducción y defensa de nuestra historia (Caracas: Tip. Americana, 1952), 110.
«El fundamento del derecho internacional, como derecho universal que debe valer en sí y por sí entre los Estados, a diferencia del contenido especial de los tratados positivos, consiste en que los tratados, en cuanto de ellos dependen las obligaciones de los Estados entre sí, deben ser observados. Pero, puesto que la relación de los Estados tiene como base su respectiva soberanía, en el estado natural están los unos frente a los otros, y sus derechos tienen su realidad, no en una voluntad universal instituida como poder por encima de ellos, sino en una voluntad particular de los Estados». G. W. F. Hegel, Filosofía del Derecho (Buenos Aires: Editorial Claridad, 1968), 275.
«Es por ello manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que les obligue a todos al respeto, están en aquella condición que se llama guerra; y una guerra como de todo hombre contra todo hombre». Thomas Hobbes, Leviatán, edición de C. Moya y A. Escohotado (Madrid: Editora Nacional, 1980), 224.
Para Gustavo Bueno, la anamnesis «es el término (acuñado por Platón: ávápvnois = recuerdo, en el contexto de “el saber como un recordar” o como “diálogo del alma consigo misma”) se toma, por el materialismo filosófico, incorporando también el sentido epicúreo, correlativo a prólepsis (“anticipación”, “proyecto», “programa”, “plan”)». Es decir, que el alcance de los fines prolépticos, o la ejecución de ortogramas, viene a realizarse a partir de los actos, hechos o principios preexistentes en una sociedad. A lo que Bueno agrega lo siguiente: «lo que obliga a concebir el “futuro proyectado”, no tanto como el acto creador o anticipador de una “fantasía mitopoiética”, cuanto como un efecto de la anamnesis. Sólo retrospectivamente podrá decirse que los proyectos o planos propuestos por Herrera, Bergamasco, etc., a Felipe II, eran una “anticipación” de El Escorial, como si hubieran sido “copiados del futuro”. Tales proyectos o planes no eran sino anamnesis transformadas de templos o palacios históricos, reales o míticos, transformados en una prólepsis que fue modificándose conforme los trabajos ya realizados avanzaban. Los proyectos o programas científicos tampoco pueden explicarse como fruto de la “fantasía creadora” o predictora de los genios científicos, sino sólo en función de la anamnesis (a veces muy antigua, caso de la presencia de Pappus en Descartes) y, por tanto, del “estado del mundo” precursor». Por ello, insistimos en que no se trata de añorar, emular o querer revivir arqueologías políticas sino en que, indudablemente, para construir el futuro hay que mirar al pasado. La nación es el conjunto de sus partes en el tiempo histórico. Teoría del cierre categorial, 5 vols. (Oviedo: Pentalfa Ediciones, 19939), V, 1375.
«En el norte de Inglaterra fue costumbre antigua que la juventud levantara poco después de la medianoche para ir con acompañamiento de músicas y toques de cuerno a las arboledas, donde derribaban ramas de los árboles, las que adornaban con ramilletes y coronas de flores; cuando volvían, aproximadamente al amanecer del “día mayo”, colgaban las ramas adornadas con flores sobre las puertas y ventanas de las casas. En Abingdon, en el Berkshire, antiguamente la gente joven marchaba en grupos la mañana del "día mayo" cantando unos villancicos». J. G. Frazer, La rama dorada: Magia y religión (México: Fondo de Cultura Económica, 1951), 156.
De acuerdo con Frederick D. Wilhelmsen, Belloc habló de un espíritu del barbarismo, que podía considerarse como un espíritu que no podía construir nada por sí mismo. Reproduce las siguientes palabras de Belloc: «Él [el bárbaro] no puede construir: puede envolver en neblina y destruir pero no puede sostener nada; y de cada bárbaro en medio de la declinación o peligro de cada civilización lo mismo puede decirse». Hilaire Belloc: No Alienated Man (Nueva York: Sheed and Ward, 1953), 46.
Una verdad teológica que se nos presenta en un diálogo de El Señor de los Anillos, obra de un espíritu piadoso y profundamente religioso como el de J. R. R. Tolkien: «La Sombra que los engendró sólo puede remedar, no crear: no seres verdaderos, con vida propia. No creo que haya dado vida a los Orcos, pero los malogró y los pervirtió». Humphrey Carpenter (ed.), The letters of J. R. R. Tolkien: A selection (Nueva York: Houghton Mifflin, 2000), 355.
Charles Maurras, Mis ideas políticas (Buenos Aires: Editorial Huemul, 1962), 157.
John Henry Newman, An Essay in Aid of a Grammar of Assent (Londres: Longmans, Green, 1895), 309.
«He visto en la Acrópolis, cubriendo la terraza donde se eleva la fachada oriental del Partenón, los restos del templete que los romanos, amos del mundo, habían levantado en aquel lugar a la diosa Roma, y confieso que la primera idea de este edificio me pareció una especie de profanación. Pensándolo mejor, hallé que el sacrilegio tenía una audacia sublime. A la belleza más perfecta, al derecho más sagrado, Roma sabía preferir la salvación de Roma, la gloria de las armas romanas y, no satisfecho con absolverla, el género humano no cesa de tributarle gratitud. La Inglaterra contemporánea dio ejemplos de la misma implacable virtud antigua. El nacionalismo francés tiende a suscitar entre nosotros una igual religión de la diosa Francia». Maurras, Mis ideas políticas, 284.
Juan Vázquez de Mella y Fanjul, Obras completas, 4 vols. (Madrid: Junta del Homenaje a Mella, 1931), I, 103.
Jacob Burckhardt, Reflexiones sobre la historia universal (México: Fondo de Cultura Económica, 1961), 150.
Leonardo Castellani, Seis ensayos y tres cartas (Buenos Aires: Ediciones Dictio, 1973), 204.
Grandes y bellos exhortos. La misión es titánica, pero noble.
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